sábado, 27 de febrero de 2010

prisión roja


Se que la Tierra fue en mi descenso prisión celeste llena de candádos de miel, exilio del alma errabúnda que de pronto se sueña libre, desde entonces mis huesos navegan en los fondos marinos y mi carne cobriza se convierte en oro... alquimia celéste de trasmutar mi carne en alma para convertirme en náufrago cósmico, vagando solo, lóco y perdido;

habitando esta isla solitaria y sin nombre,
que flota y transcurre
en el sueño infantil
de luzbél vencido...


Solo los ojos abiertos al firmamento cual ventánas siderales al infinito, hacia lo profundo y oscuro de mi arcáno.

Sóla mi piel, murálla acuática donde naufrágan los nombres nuevos, sola ésta piel vieja y misteriósa que bebe y salpíca la savia de mis huésos, ésta piel que se arrúga y rája como planéta viejo y deshabitado, lleno de desiertos y sélvas, de montáñas y de valles, de cráteres replétos de fósiles marinos y de iguánas tiésas de tanto sol y frío.

Sóla mi piel lavada de algún pasado diluvio, solo mis dedos aún rojos de luz y mi sangre que riega esta aréna candénte y movedíza que es mi carne...

donde el proféta antiguo crucificó a Jesús.



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